"Porque las ideas maduradas dicen más de nosotros mismos, pero menos de la realidad"

miércoles, 21 de julio de 2010

La gran mentira de los Balcanes



Cuando, entre 1992 y 1995, Yugoslavia se vio inmersa en una terrible guerra civil que acabó con la desmembración del multiétnico estado, las nuevas tecnologías todavía no estaban plenamente implantadas en nuestras vidas, Internet era una herramienta minoritaria y la única información que percibíamos de aquellos terribles sucesos era la que nos llegaba a través de la prensa y la televisión. Quizás por eso los mass-media nos colaron una de las mayores infamias de la historia moderna: la gran mentira de los Balcanes. Con esta experiencia bien aprendida, sus bases se aplicaron de nuevo, y aún más estrictamente en Kosovo en 1999, completando la labor que oscuros intereses occidentales iniciaron en Yugoslavia hacia 1980.


Ahora, a casi 20 años vista de aquel conflicto, comprobar día a día cómo la información fue manipulada y cómo los hechos fueron orquestados por intereses de Europa y los Estados Unidos le sumen a uno en un estado de catarsis que nos provoca la duda de qué fue verdad y qué fue mentira en las mal llamadas “guerras yugoslavas”, y términos como limpieza étnica, genocidio de Srebrenica o masacre del mercado de Sarajevo, marcados a fuego en nuestras mentes, adquieren una dualidad que resulta una falta total de respeto para con la historia.

Evidencias
Una de las opiniones más críticas y reputadas sobre este hecho es la del escritor y periodista belga Michel Collon. El antiimperialista Collon ha publicado diversos trabajos que ponen en tela de juicio la intervención de las potencias occidentales y sus serviciales mass-media en el conflicto yugoslavo. Según él, empresas estadounidenses y diplomáticos europeos pusieron en marcha un programa de propaganda encaminado a “romper Yugoslavia, demasiado a la izquierda, eliminar su sistema social, someter la zona a las multinacionales, y controlar el Danubio y las rutas estratégicas de los Balcanes”. Cuatro años de una guerra atroz para todas las nacionalidades (musulmanes, serbios, croatas), provocada por Berlín y prolongada por Washington.

Slobodan MilosevicSi bien es cierto que estas actuaciones azuzaron a los gallos a la pelea, los ingredientes ya estaban servidos para crear el pastel: la llegada al poder en Serbia, Croacia y Bosnia de regímenes ultranacionalistas que sacaron los más bajos instintos de sus ciudadanos para sumirles en una guerra todos contra todos que garantizaba el horror.

Las desavenencias entre estas tres nacionalidades venían de siglos atrás, pero la entrada en escena de recalcitrantes nacionalistas como Slobodan Milošević, Franjo Tuđman y Alija Izetbegović precipitó un holocausto que con unos dirigentes menos apasionados, y sobre todo más honrados, podría haberse evitado.

Pero los instigadores del conflicto necesitaban al malo de la película, y el rol le fue rápidamente adjudicado (tampoco negó méritos) a Serbia-Yugoslavia.
Así, los dirigentes croatas y musulmanes fueron presentados como víctimas, pero la realidad era bien distinta: en Croacia Franjo Tudjman se apresuró a cambiar los nombres de las calles que llevaban el nombre de luchadores antifascistas, restableció la bandera del régimen fascista ustashi de 1941 y modificó la Constitución para comenzar la expulsión de los serbios. En Bosnia, Izetbegovic, un ex colaboracionista nazi que basó su triunfo en su "Declaración islámica": "No existe paz ni coexistencia entre la religión islámica y las instituciones sociales y políticas no islámicas."

Instauró un régimen corrupto y mafioso, basado fundamentalmente en un lucrativo mercado negro y en el desvío de la ayuda internacional. Con la bendición de Washington permitió la entrada de mercenarios islamistas, especialmente a Al Qaeda, en apoyo de la causa musulmana. Según la periodista británica Eve-Ann Prentice «en noviembre del 94 me encontraba con un colega del Spiegel en la antesala del despacho del presidente de Bosnia, Izetbegovic. Vimos entrar a Osama Ben Laden con escolta en el despacho de Izetbegovic.» Una vez empezada la guerra, se cometieron crímenes terribles en los tres campos, pero al ocultar estos antecedentes se lograba que la situación fuera incomprensible.

Según Michael Collon, ya en 1979, el BND alemán envió a Zagreb un equipo de agentes secretos, con la misión de apoyar a Franjo Tudjman, racista que propagaba activamente el odio étnico y predicaba la fragmentación de Yugoslavia.

Alemania le apoyó y le envió armas antes de la guerra, con el objetivo de resquebrajar Yugoslavia en miniestados fáciles de someter y controlar así los Balcanes, implantar allí sus empresas, exportar sus productos y dominar el mercado. Además constituían una ruta estratégica hacia Oriente Medio, el Caúcaso, el petróleo y el gas. Al inicio de la cumbre de Maastricht, en 1991, el canciller alemán Helmut Kohl fue el único empeñado en fragmentar Yugoslavia y reconocer precipitadamente las "independencias" de Eslovenia y Croacia, despreciando el derecho internacional y la Constitución yugoslava, pero el peso específico de Alemania consiguió imponer a sus socios europeos esta locura.

Los campos de exterminio
Con el comienzo de la guerra de Bosnia se produjo la entrada en escena de los Estados Unidos-OTAN, cuyos intereses geopolíticos y militares en los Balcanes eran evidentes. Pero curiosamente la mayor contribución norteamericana en la gran mentira de los Balcanes fue propagandística, a través de la agencia Ruder Finn, que fue contratada por los separatistas croatas y musulmanes en una maniobra que les reportó enormes beneficios. En efecto, Ruder Finn se encargó de fabricar, distorsionar y dar cobertura a noticias que inmediatamente llegaban a la opinión pública occidental y automáticamente relacionaban a los serbios con las mayores atrocidades cometidas en suelo europeo desde la II Guerra Mundial. Es decir, los transformaron en los nazis de los ’90. Según el propio director de la agencia, James Harff:

Nuestra labor no consiste en comprobar las informaciones. No estamos equipados para ello. Nuestra tarea es acelerar la circulación de las noticias que son favorables para nosotros y guiarlas hacia círculos cuidadosamente escogidos. No afirmamos que existan campos de exterminio serbios en Bosnia. Sólo nos encargamos de que todos sepan que es Newsday el que ha lanzado esa información. No nos pagan por sermones morales. (1)





El asunto al que se refiere Harff fue la publicación, orquestada por el polémico político francés Bernard Kouchner (entonces miembro de "Médicos sin Fronteras"), de unas imágenes en las que se presentaba a famélicos prisioneros de guerra bosnios tras unas alambradas en lo que se identificó como un campo de exterminio. Era, en realidad, la mayor mentira mediática de los años 90. La imagen fue portada de la revista TIME, y su resultado, fulminante: la opinión pública mundial asoció rápidamente aquel lugar con Auschwitz, y convirtió a los serbios en los verdugos de los que irónicamente ellos mismos habían sido víctimas durante la IIGM, cuando casi 1.000.000 de ellos fueron ejecutados por los nazis croatas en Jasenovac de las formas más crueles jamás imaginadas. Cuando Médicos del Mundo reconoció ante la evidencia que aquella campaña, destinada a “sensibilizar sobre la limpieza étnica en Yugoslavia” estuvo manipulada, habían pasado ya demasiados años, y su imagen había precipitado la intervención internacional contra los serbios de Bosnia. Aquel individuo esquelético que aparecía en la foto era Fikret Alić, un musulmán bosnio. Situado en primer plano, la situación física de Alić hizo que pasara desapercibido el perfecto estado del resto de prisioneros. La participación de Kouchner en este macabro asunto ha disparado las controversias sobre su mediación en otros conflictos, y ha sido acusado de otras actividades poco éticas en Kosovo y el Congo.



Srebrenica
Pero no sólo de la invención de información se nutrió la gran mentira de los Balcanes: en ocasiones fue la omisión de información la que manipuló hechos ya de por sí suficientemente dramáticos como para tergiversarlos, y uno de estos hechos, aunque distorsionado, pasó tristemente a la historia: la masacre de Srebrenica.

La historia, o lo que interesaba saber de ella, la sabe todo el mundo: las fuerzas serbobosnias, al mando del general Ratko Mladic, tomaron el área segura de Srebrenica, separaron a las mujeres de los hombres, y ejecutaron a 8.000 de ellos en edad militar. Demasiado sencillo. Sin entrar a cuestionar las cifras ni la veracidad de la matanza, los hechos desarrollados antes y durante la misma nos muestran una realidad que muchos no están dispuestos a soportar.

En un brillante artículo de 2007, el historiador Francisco Veiga, una de las voces más discordantes con la versión oficial del conflicto Bosnio, explica cómo durante los acontecimientos que precedieron a la masacre, los guerrilleros musulmanes al mando de Naser Oric (según Philippe Morillon, jefe de las fuerzas de la ONU en Bosnia "un criminal de guerra que no tomaba prisioneros"), llevaron a cabo su particular limpieza étnica en Srebrenica y aldeas próximas, causando un número de víctimas que se han cifrado en unas 5.000, utilizando el área segura como base. El general canadiense Lewis Mackenzie, predecesor de Morillon en el cargo, dijo que "todo indica que Naser Oric mató a tantos serbios fuera de Srebrenica como los serbobosnios mataron luego". Pero cuando los serbobosnios pusieron cerco al enclave, Oric y sus altos mandos abandonaron en helicóptero la ciudad, dejando su defensa en manos de suboficiales al mando de una mal equipada división que poco podía hacer ante la ofensiva del ejército serbobosnio. Cuando las tropas de Mladic hicieron su entrada, el grueso del contingente militar que defendía la ciudad la abandonó a pie en dirección a Tuzla, en zona bajo control bosnio, y el batallón holandés de la ONU destinado a la protección de los civiles se mantuvo completamente al margen del desenlace. Es decir, cuando Mladic y sus tropas, además de los chetniks y paramilitares cayeron como perros rabiosos sobre la población civil, los únicos que podían defenderla se habían ido o no podían intervenir. El dramático desenlace del enclave le conocemos todos. Cuando los supervivientes de la marcha llegaron a Tuzla, se produjeron graves enfrentamientos con el 2º Cuerpo de su Ejército acantonado allí: les habían abandonado a su suerte. En 1996, el diario sarajevita Slobodna Bosna publicó una entrevista con el representante bosnio ante el parlamento federal, Ibran Mustafic, en la que el político admitió: “La Presidencia y el Ejército sacrificaron Srebrenica”.(2) ¿Por qué, sabiendo el grave riesgo de represalias que corría la población bosníaca si caía en manos de los serbobosnios, esta fue abandonada a su suerte? Los réditos obtenidos por Izetbegovic de este horrible suceso fueron notables: Srebrenica justificó la intervención armada de la ONU y precipitó la caída de Karadzic, presunto autor intelectual de lo que luego fue considerado genocidio por el TPIY.

El mercado de Sarajevo
El 28 de agosto de 1995, un proyectil de mortero alcanzó el mercado central de Sarajevo, matando a 37 e hiriendo a 90 civiles bosnios que se encontraban haciendo compras. El hecho se produjo en un momento en que las potencias occidentales estaban debatiendo el uso de la fuerza contra los serbios para parar la guerra, y la matanza les convenció definitivamente.

Pero las controversias sobre de dónde procedía aquel proyectil continúan hasta el día de hoy. El suceso, además, tuvo un precedente idéntico en mayo de 1982, cuando a pesar de que fuentes bosnias se apresuraron a acusar a los serbobosnios de la matanza, y la prensa internacional enseguida les atribuyó el ataque, la cadena pública francesa TF1 filtró que existía un informe secreto según el cual la primera matanza del mercado de Sarajevo fue originada por un obús lanzado desde posiciones de la Armija bosnia, lo que provocó un profundo malestar en Francia. Queda en el aire la aseveración de François Mitterrand: «el Sr. Butros Gali me ha informado hace unos días de que el proyectil que impactó en el mercado de Markale, en Sarajevo, era un acto de provocación de los musulmanes bosnios». Resulta revelador que Francia fue el país que mostró más reservas a la hora de actuar contra los serbobosnios.

A pesar de que es probable que aquel proyectil procediese de posiciones serbias, la precipitación con que los principales implicados acusaron a los serbios, aún existiendo dudas al respecto, provocaron que distintos medios hayan calificado la masacre del Markale como un ataque de bandera falsa.





Los medios de comunicación occidentales ofrecieron versiones sensacionalistas de las matanzas y no dudaron en omitir toda la información que las acompañó, recurriendo al truco fácil de presentar a los serbobosnios como asesinos sanguinarios y a los musulmanes como víctimas desvalidas de estos sucesos, obviando toda alusión a los acontecimientos anteriores y posteriores a las masacres en sí. Francamente, sin la “cooperación” de personajes como Mladic, Karadzic o Milosevic, los mass-media habrían tenido harto complicada esta asignación de roles, pero su poca diplomacia lo puso más bien fácil.

Dejaré para otro capítulo, porque merece un estudio aparte, la intervención “occidental” en Kosovo, donde los mismos instigadores utilizaron su experiencia en Bosnia para realizar la misma jugada, con idénticos resultados, aunque dejando más al descubierto sus tácticas.

Más información:


(1) Pizarroso Quintero, Alejandro: Nuevas guerras, vieja propaganda: de Vietnam a Irak, pp. 187


(2) Slobodna Bosna, Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, 14 de julio de 1996






viernes, 9 de julio de 2010

El Polenfeldzug català

Cuando veo el contorno de la Comunidad Valenciana en esos mapas tan de moda en los que aparecen los Països Catalans, no puedo evitar acordarme de la pacífica invasión de Polonia por parte de la Wehrmacht en 1939. El independentismo catalán lleva siglos asediándonos con mensajes sobre ocupación, independencia, estado invasor, autodeterminación y otras, y ahora pasa a la ofensiva anexionándose un territorio con el pretexto de que hablan el mismo idioma.


Y ojo, que entender Països Catalans en un contexto lingüístico no tiene nada de incorrecto ni debemos rasgarnos las vestiduras ante su existencia, porque la comunidad catalanoparlante existe, se llame de una forma o de otra. Otra cosa es querer trasladar el término al ámbito político, y reclamar la autodeterminación conjunta de esta comunidad lingüística bajo el pretexto del idioma común.

El término Països Catalans fue acuñado a finales del siglo XIX por el historiador valenciano Bienvenido Oliver i Esteller, en su obra monumental "Historia del Derecho en Cataluña, Mallorca y Valencia. Código de las Costumbres de Tortosa, I"; como sinónimo de «territorios de habla catalana». Su utilización política corrió a cargo de Joan Fuster, quien en su ensayo "Nosaltres, els valencians", de 1962, utilizó el término como concepto de nación. Curiosamente, Fuster es considerado una figura clave del Nacionalismo Valenciano, aunque más bien podría entenderse como "catalanista".


Los territorios que comprende el término, es decir, aquellos en los que se considera que el catalán es hablado por un porcentaje importante de la población son, a grandes rasgos: Cataluña, la región histórica del Rosellón, Andorra, la Franja de Aragón, la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares, la comarca de El Carche, en la Región de Murcia, y la ciudad sarda de Alguer. Según datos contrastados de Wikipedia, el catalán es utilizado como lengua habitual por 2.742.600 personas en Cataluña (el 36,7% de la población), en la Comunidad Valenciana (valenciano) por 1.274.000 (25,0%), en las Islas Baleares por 362.500 (33,0%), en Andorra 28.634 (33,8%), en la Franja Oriental aragonesa 29.023 (41,7%), en el Rosellón 11.703 (2,6%), en Alguer 4.638 (11,3%). De El Carche no existen estadísticas fiables, pero se estima que el valenciano es hablado por unas 700 personas, aunque no todas como lengua habitual. Estos datos arrojan una cifra total de unas 4.453.098 personas que utilizan el catalán o valenciano como lengua habitual en un ámbito geográfico habitado por unas 14.290.000, lo que equivale a un porcentaje de un 31,1%. Como primera conclusión, encontramos que la acepción Països Catalans como término político sería compartida por menos de 1/3 de sus habitantes, y todo ello considerando que todos los catalanoparlantes habituales sean independentistas.

Hay que tener en cuenta que, según las últimas elecciones autonómicas, en el Parlament de Cataluña los partidos nacionalistas ocupan 69 escaños de un total de 135, en la Comunidad Valenciana el partido nacionalista más votado, Compromís pel País Valencià, obtuvo el 8,02% de los sufragios emitidos, con un total de 195.116 votos, y que en las Islas Baleares la representación nacionalista rondó el 15% (quien quiera puede interpretar nacionalista como independentista, lo dejo a su elección).


Con todos estos datos, nos encontramos con que el apoyo político a la causa tampoco es tan contundente como para otorgarle legitimidad al término como definición política. Pero lo más sangrante del asunto, y vuelvo a incidir en el tema, es la inclusión de regiones históricas como la valenciana en el mapa político de la Cataluña independiente, algo que está haciendo muy poca gracia en la mayoría de la población del País Valencià, y que está provocando cierto sentimiento de rechazo hacia lo catalán, considerado ahora invasor. Como se puede percibir en la calle, los valencianos se sienten muy poco catalanes, incluso un alto porcentaje piensa que esta ‘anexión’ va en contra de su propio sentimiento nacionalista. En esta época en la que tan de moda están los referéndums soberanistas con ese mapa que incluye Valencia y Baleares por bandera, sería de gran interés conocer qué porcentaje de población de las comunidades Valenciana y Balear se siente representado por él, aunque seguramente hay quien no quiere conocer esos datos.


Partiendo de la base de que yo sí soy partidario del derecho de los pueblos a la autodeterminación, y de que nunca me opondría a una Cataluña independiente si un determinado porcentaje de su población así lo desea, me parece muy poco serio reivindicar la autodeterminación de una determinada región con el argumento de que hablan el mismo idioma (y menos cuando ni un tercio de la población de esa región es hablante habitual del mismo). Es una tomadura de pelo.