"Porque las ideas maduradas dicen más de nosotros mismos, pero menos de la realidad"

jueves, 2 de septiembre de 2010

¿Que somos campeones del mundo?

Ahora que ya ha pasado un tiempo prudencial desde aquel 11 de julio, y con la perspectiva de casi dos meses, los aficionados al fútbol podemos asumir, sin miedo a despertar del feliz sueño, que somos (sí, somos) Campeones del Mundo. Que España, el pupas del fútbol mundial, se coronó en 2010 como la mejor selección del globo, que la Euro'2008 no había sido casualidad y que por fin, tras tantos años de decepción, habíamos coronado la gloria.



No voy a entrar en diatribas tácticas ni técnicas, para eso están otras webs, me voy a quedar con la parte sentimental ahora que los sentimientos (valga la redundancia) no están tan a flor de piel. Para mí todo empezó en España'82: yo ya había oído hablar del fallo de Cardeñosa cuatro años antes, pero aún no era consciente de lo que significaba. Y aquel verano del '82 que me pasé viendo aquellos partidos que, disputados por toda la península, enfrentaban a selecciones de variadas razas y continentes, me dí cuenta de que ser español era como estar condenado al fracaso; la inferioridad que mostraron aquellos ídolos: Arconada, Quini, Juanito, Zamora, Camacho o Maceda ante rivales que sí eran aspirantes al título marcó mi forma de ver a ''la selección''. Después de ver a Brasil, a Alemania, a Argentina o a Italia, comprendí por qué aquellas selecciones eran campeonas del mundo y nosotros jamás llegaríamos a serlo.

Pero cuatro años después, en una mágica tarde de El Buitre en Querétaro pensé que el destino se podía cambiar, y que ¿por qué no? podíamos estar entre los mejores. Desgraciadamente, y de la forma más cruel, en una tanda de penaltis para olvidar, una selección mediocre como Bélgica nos mandó para casa. Vuelta a la realidad.

En Italia 1990 ya mis esperanzas eran menores, veía el fútbol de otra manera y comprendí desde el principio que no llegaríamos muy lejos, aunque esa extraña fuerza que se llama esperanza me impulsó a ver los encuentros con la emoción típica de un campeonato de esas dimensiones. 1994 y el Mundial de USA significaron un pequeño paso adelante: en cuartos de final, y teniendo a toda una Italia contra las cuerdas, de nuevo la desgracia, o el destino, o quizás la justicia, nos apearon de la competición cuando habíamos vuelto a recargar de agua nuestro cesto de la esperanza.

Lo de Francia 1998 fue menos cruel, pero no por ello menos duro: no pasamos de la primera fase a pesar de jugar en un grupo muy asequible con Nigeria, Paraguay y Bulgaria. A veces pienso que esas cosas vinieron bien, porque cada vez caló más en mi mente que nunca vería a España levantar una copa del mundo. De nuevo la crueldad de los penaltis nos mandó a casa en el mundial de Corea y Japón de 2002, cuando más cerca lo tuvimos: cuartos de final contra Corea del Sur y otra vez eliminados, cuando tocábamos las semifinales con la punta de los dedos.

En Alemania 2006, la historia se repitió por enésima vez, y caímos contra Francia, a la postre subcampeón mundial, pero algo cambió, sobre todo en la mentalidad. La forma de jugar de aquel equipo no tenía nada que ver con la selección acomplejada y sobrevalorada que nos había representado desde hacía tantos lustros. Una nueva generación de jugadores de personalidad, y sobre todo, de calidad, emergía mostrando unos atributos que para mí eran nuevos en el jugador nacional.

Esa generación confirmó lo mostrado en Alemania, y en la Euro'2008 de Austria y Suiza se proclamó campeona de Europa con una solvencia que jamás había mostrado el equipo nacional; sin complejos, con un juego alegre y una gran fe en sí misma, la Roja, como empezaba a ser bautizada por algunos medios, dejó en el camino a Italia y Alemania y alzó la Eurocopa de selecciones, dándo[me]nos la primera gran alegría de la historia. Aquel día lo primero que pensé fue que, manteniendo aquel bloque y con algún genio advenedizo de estos que siempre aparecen en nuestra tierra de imprevisibles, dos años después podríamos tocar el cielo en Sudáfrica.

Y así fue. Cuando perdimos el primer partido del mundial se me bajó la moral a los pies. Quizás fue bueno bajarnos los humos. Después hubo que recurrir al típico y tópico "paso a paso". Y paso a paso lo fuimos viendo, primero los octavos contra Portugal. Luego los cuartos ante Paraguay. Después Alemania y...



Cuando Iniesta marcó el gol de su vida, estaba a punto de acabar la prórroga, el partido iba 0-0 y muchos nos volvimos a acordar de lo que había costado llegar hasta allí, de Cardeñosa, de Julio Salinas, de Eloy, de Zubizarreta, de Arconada, de Joaquín, de Tassotti, de Al Ghandour, de Stojkovic, de Luis Enrique, de Caminero, de Ayala y Gamarra, de Pfaff, de Zidane, y también de millones de españolitos anónimos que habían vivido tantas decepciones y sinsabores, de aquellas madrugadas del verano de 1986, de la tele nueva en color... y de Íker levantando aquella Eurocopa que cambió para siempre la historia de nuestro fútbol, y quizás la de muchos de nosotros. Quizás en ese estado de éxtasis todavía no éramos conscientes de lo que estaba pasando. Cuando el árbitro pitó el final, creo que nunca una alegría estuvo regada por tantas lágrimas. Fue curioso ver a la gente de más edad tan emocionados mientras los más jóvenes vivían el momento como si fuera lo lógico y esperado. ¿Lógico? Para los que llevábamos 30 años sufriendo una decepción tras otra aquello no era lógico, era un sueño hecho realidad. Pero faltaba la imagen por la que todos habíamos llegado hasta allí:



Pesa 6 kilos, pero parecía que flotaba. Nunca la imaginé en manos de un jugador español. Esa copa forma parte de nuestras vidas, y cuando se la entregaron a Íker Casillas a muchos se nos encogió el corazón (sé que muchos no entenderán esto, pero es así).



Ese chaval de Móstoles había pasado lo suyo para llegar hasta allí arriba, pero aunque no había nacido cuando Cardeñosa no supo meter el balón en la portería brasileña en aquella infausta tarde de Mar del Plata, homenajeó con sus lágrimas en Johannesburgo a tantas generaciones decepcionantes y decepcionadas que habían renunciado a ver a su selección campeona del mundo.

Ahora llega otra generación, la de los chavales que se bañaban en las fuentes con su camiseta de España, que han crecido en el triunfo y que quizás no sepan valorar lo que se consiguió aquel día, pero serán generaciones sin complejos y verán los Mundiales con su camiseta con la estrella sobre el escudo, formando parte de una afición que un día fue campeona del mundo. Jóvenes cuyos nuevos ídolos encarnan la humildad, la tolerancia y la sencillez. En tiempos como los que corren, que los espejos en los que se miren los niños se llamen Andrés Iniesta, Íker Casillas, Xabi Alonso, David Villa o Xavi Hernández es toda una garantía para nuestra sociedad. Su sencillez es su grandeza. Quizás esa sencillez cambió la historia.


2 comentarios:

  1. Cobrarán mucho, pero es mi "pequeña dosis de humanidad"... ¡Qué alegría cuando el gol de Iniesta en medio de polacos! ¡Y al día siguiente el avión de Iberia que volaba mejor sólo de lo orgullosos que estábamos todos!

    ResponderEliminar
  2. Je, je, Lucien, aclaro que lo de "polacos" es porque estabas en Polonia, que algún amiguete catalán se puede sentir ofendido.

    ResponderEliminar